domingo, 4 de octubre de 2009

Leovigildo Bernal Andrade, autor de varios ensayos de Arqueología antropogónica




 Leovigildo Bernal Andrade nació en Chaparral (Tolima, Colombia) el 17 de diciembre de 1933. Es abogado e investigador de temas históricos, arqueológicos y antropológicos. Ha sido miembro del parlamento de su país, profesor universitario, Rector de la Universidad del Tolima y Magistrado del Tribunal Disciplinario o Supercorte, y del Consejo Superior de la Judicatura.

Sus investigaciones científicas las ha encaminado a la Arqueología antropogónica. Es decir, al estudio de las leyendas, tradiciones, documentos y monumentos antiguos sobre el origen del hombre, confrontándolos con los descubrimientos científicos recientes para ver si aquellas fuentes míticas o religiosas pueden tener algún fondo de verdad.

Bernal afirma haber descubierto que los peces y los animales tetrápodos (anfibios, reptiles, aves y mamíferos, incluído el hombre) fueron formados a partir de una forma animal elongada, en un proceso de evolución natural inducida, dirigida y controlada.

El análisis de aquellas fuentes antiguas, a las cuales Bernal denomina El Informe Arqueológico, también lo llevó a estudiar el origen y la evolución de la religión y de Dios. Y en esa forma, ha terminado por estructurar una Teoría General Sobre los Orígenes: de Dios y del Cosmos, del hombre y de la religión. Teoría que ha desarrollado y expuesto en diez libros de Arqueología antropogónica, a saber: San Agustín, testimonio de piedra sobre el origen del hombre; El Informe Arqueológico sobre el origen del hombre por evolución natural inducida y selección racional; La antigua Ingeniería Genética greco-romana; La Biblia, Ingeniería Genética de Yahvé; El misterioso origen de los dinosaurios; El Homo sapiens de nuevo en su encrucijada; Dios y la ciencia ¿son incompatibles?; Los Pijaos, historia e importancia antropológica; Antropofagia y religión; y El origen de Dios. En este blog se pueden ver reseñas de dichos libros y adelante se insertan los tres capítulos del último libro mencionado correspondientes a dichos orígenes (verlos). Igualmente, se insertan otros datos de Arqueología antropogónica, de la Biblia, y de diversos aciertos colosales de los antiguos, que tienden a demostrar que el origen del Cosmos y, en particular, el del hombre, han sido inducidos, dirigidos y controlados (verlos).

Bernal también ha publicado cinco libros de Historia: Grandeza y pequeñeces del adelantado don Gonzalo Jiménez de Quesada; Los heroicos Pijaos y el Chaparral de los Reyes; Españoles y Muiscas y Pijaos; Chaparral, una ciudad con historia; e Ibagué, Yuldama y Calarcá. Además, ha participado en varios obras colectivas, así: Maravillosa Colombia (Círculo de Lectores), Colombia, qué linda eres (Educar Cultural), Historia de Ibagué (Academia de Historia del Tolima) y Manual de historia del Tolima (Colección de Carlos Orlando Pardo).

Por lo demás, Bernal afirma tener preparados otros libros de Arqueología antropogónica, cuyas reseñas se incluirán oportunamente en el presente blog.

Bogotá, septiembre de 2009.



(Los cuerpos de estas serpientes aladas egipcio-farónicas ondulan en el plano vertical como el de las aves y el de los mamíferos. Ninguna serpiente actual tine ese movimiento corporal. Por esto, L.Bernal las llama Serpientes Arqueológicas).


l- Origen y evolución de Dios
La Arqueología antropogónica y el origen y la evolución de Dios.Transcripción del Cap. IV de “El origen de Dios” (de Leovigildo Bernal):



“ El Big bang y el origen de Dios
 
[INICIO]

Desde el momento en que la famosa fórmula einsteiniana ya mencionada (sobre la equivalencia entre la masa y la energía: E=MV2, o sea que la energía -E- es igual a la masa -M- multiplicada por la velocidad de la luz al cuadrado: v2), fue reconocida cierta por los científicos respectivos (en particular por matemáticos, físicos y cosmólogos), pareció obvio concluir que el universo actual (su masa o materia que lo conforma) pudo haber resultado de un gigantesco estallido energético original o Big Bang. Y pronto las mediciones experimentales proporcionadas por Edwin Hubble en 1929 vinieron a confirmar esa sospecha: pues como esas mediciones indicaron que todas las galaxias vecinas a la nuestra, que es la Vía Láctea, se alejan de esta, e incluso que, cuanto más lejanas están, más rápido se alejan, es claro que en algún instante del pasado, todas las galaxias que conforman el universo, estuvieron juntas en una entidad que Francis Collins califica acertadamente como “increíblemente masiva”. Esa entidad sería la que explotó, dando origen al universo, en un momento que la mayoría de los físicos y los cosmólogos han concluído que ocurrió hace aproximadamente catorce mil millones de años.

Ahora bien, la pregunta que se impone en este momento es la siguiente:

¿De dónde resultó esa “entidad increíblemente masiva” del origen?

Y como es obvio responder que debió ser resultado del encogimiento, concreción o implosión de otro universo preexistente, esto conduce a concluir la existencia de una infinita sucesión de Bigs Bangs (Grandes Estallidos) y de Bigs Crunchs (Grandes Encogimientos o Implosiones), y que entre cada Big Bang y el Big Crunch que le sucedió existieron universos en los cuales la materia seguramente evolucionó en forma similar o parecida a la evolución del mundo masivo o material de la actualidad.

 Mas he aquí que a ese análisis o razonamiento, que parece elemental y obvio, en el eón actualmente en desarrollo se le han atravesado fenómenos gigantescos de no fácil comprensión, fenómenos que ya mencionamos pero que debemos reiterar.

Pero antes, comencemos por señalar que llamamos eón al tiempo inmenso que trascurre o trascurriría entre un Big Bang y su correlativo Big Crunch, y al conjunto de fenómenos que durante aquel tiempo se habría desarrollado.

Pues bien, entre los numerosos fenómenos que se les atraviesan a los científicos en el eón en curso, y que deben explicar, están los siguientes:

¿Por qué el universo actual, originado en el presuntamente último Big Bang, no va hacia un Big Crunch? ¿Qué es lo que ha evitado y sigue evitando el suceso de una nueva Gran Implosión?

Ya sabemos la respuesta de la mayoría de cosmólogos para esa pregunta: hay allí una energía de carácter y origen desconocidos (la energía oscura), que ha evitado la implosión de nuestro universo y que incluso acelera a velocidades fantásticas su expansión.

Otro problema mayúsculo se relaciona con las condiciones energéticas especialísimas que fueron necesarias para que se originara nuestro universo. Pues la energía generada en el Big Bang que dio origen a aquel fue infinita en absoluto, los físicos concluyen que en cierto instante inmediato al Gran Estallido debió producirse una masiva desaceleración y enfriamiento que hizo posible la formación de núcleos atómicos, átomos, moléculas y, en general, de la materia que terminó dando forma al universo. Desaceleración y enfriamiento para los cuales los científicos no han podido encontrar explicación racional.

Francis Collins resume el desconcierto del mundo científico a este último respecto con las siguientes palabras:

“Al menos hasta la fecha, los científicos han sido incapaces de interpretar los sucesos más inmediatos de la explosión, que tuvieron lugar en el pimer décimo de  segundo elevado a la -43ª potencia (¡un décimo de un millonésimo de millonésimo de millonésimo de millonésimo de millonésimo de millonésimo de millonésimo de segundo!). Después de eso, es posible hacer predicciones sobre los sucesos que tuvieron que ocurrir para concluir en el universo actualmente observable, incluyendo la aniquilación de la materia y la antimateria, la formación de núcleos atómicos estables y finalmente la formación de los átomos, primeramente de hidrógeno, deuterio y helio.” (Op. Cit, Cap. III).

Forcemos la imaginación para tratar de entender aquello: en un instante pequeñísimo del primer segundo de la explosión (tan pequeño que se señala equivalente a la décima parte de un segundo elevada a la -43ª potencia -un cero seguido de una coma y de otros cuarenta y dos ceros y por fin el uno-), algo incidió en el proceso energético en desarrollo y generó las condiciones necesarias para dar origen al universo.

¿Qué fue ese ‘algo’?

La infinita potencia de Dios, responde Collins (quien se confiesa teísta converso, no obstante haber sido el científico que dirigió el equipo de supersabios que desentrañaron el genoma humano), en tanto que resume el desconcierto de los científicos que siguen siendo agnósticos, recordando las siguientes palabras del astrofísico Robert Jastrow:

“En este momento parece que la ciencia nunca podrá levantar la cortina sobre el misterio de la creación. Para el científico que ha vivido de su fe en el poder de la razón, la historia termina como una pesadilla. Ha trepado por las montañas de la ignorancia, está a punto de conquistar el pico más alto, y conforme se encarama sobre la última roca, le da la bienvenida un grupo de teólogos que llevan ahí sentados durante siglos”.

Como los científicos no le encuentran explicación racional a aquella drástica disminución de la potencia del Gran Estallido inicial, disminución que –repetimos- hizo posible la formación del universo actual, se comprende que los deístas reafirmen los motivos de su fe y los agnósticos comiencen a poner en duda las razones de su agnosticismo o incredulidad.

Pero aquí cabe preguntar: ¿Sólo la presunta existencia de un Dios sobrenatural que hubiera intervenido en el instante preciso del Gran Estallido podría explicar aquel insólito fenómeno?

Cierto, el poder del posible Interventor habría de ser infinito como infinita era la potencia energética del estallido inicial que debía dirigir y controlar.

Para formarse una idea de la magnitud de esta potencia energética basta imaginar que nuestro universo, en este momento, en vez de seguir expandiéndose, comenzara a contraerse para explotar. La fuerza de esta explosión sería la resultante de multiplicar la masa de todo el universo actual (constituído por miles de millones de galaxias) por la velocidad de la luz al cuadrado. Una potencia en verdad inimaginable. Como también nos resulta inimaginable la potencia que habría de aplicarse para hacer descender la de ese nuevo Gran Estallido a la magnitud que hiciera posible la formación de un nuevo universo comparable con el actual. Empero, el agente que pudiera obtener este logro, ¿tendría que ser, necesariamente, un Dios sobrenatural?

Según Jastrow, “la evidencia astronómica lleva a una concepción bíblica sobre el origen del mundo”, ya que si bien “los detalles difieren, los elementos esenciales y los relatos de la astronomía y de la Biblia sobre el Génesis son los mismos: la cadena de hechos que llevan al hombre comenzó repentina y agudamente en un momento definido en el tiempo, en un relámpago de luz y energía”.

Y Collins afirma rotundo: “El Big Bang exige una explicación divina”, pues “obliga a la conclusión de que la naturaleza tuvo un inicio definido” (Op. Cit, cap. III).

Collins agrega que él “no (vé) cómo la naturaleza se hubiera podido crear a sí misma”. Y que “sólo una fuerza sobrenatural fuera del espacio y del tiempo podría haberlo hecho”.

Empero, nos parece que sí es concebible que la naturaleza se hubiera creado a sí misma, si se cae en la cuenta de que Dios mismo puede ser natural.

Veamos por qué es posible que Dios sea natural. Y para ese efecto comencemos por señalar que, así como el último Big Bang debió ser resultado de materia preexistente que se habría concentrado en un punto infinitamente denso (el que estalló), esta materia, a su turno, habría resultado de otro Big Bang anterior, que habría sido estallido de otra masa material preexistente a él y que se habría concentrado en otro punto densísimo. Y así podríamos extendernos hacia el pasado, suponiendo un número infinito de Bigs Bangs en los cuales habrían estallado masas derivadas de los respectivos estallidos anteriores. Y en todos los casos, en general, la energía resultante de cada estallido debería ser igual a la de los estallidos precedente y siguiente, lo mismo que la masa concretizada después de cada Big Bang debería ser igual a la condensada antes y después de los estallidos antecedente y subsiguiente a aquel.

El anterior desarrollo monocorde no es nada distinto a la aplicación estricta de la ley de equivalencia de masa y energía. Y sin embargo, en el actual eón es indudable que aquella ley no se está cumpliendo en cuanto a la expansión del universo. Pues, conforme ya lo señalamos, el universo no está en proceso de implosión, sino que las últimas galaxias que se han formado en los confines de aquel, se están alejando –según lo han comprobado los cosmólogos- a velocidades incluso superiores a la de la luz. Por eso los cosmólogos dicen que esa energía expansora no es ordinaria, sino oscura o extraordinaria: porque la energía ordinaria no puede superar la velocidad de la luz, y porque la energía originada en el Big Bang ya no debería estar aumentando, sino disminuyendo.

Pero además de aquella energía oscura o extraordinaria, aquellos científicos también han descubierto, conforme igualmente ya lo señalamos, que la materia ordinaria perceptible del universo es apenas una parte ínfima de la materia total que lo conforma. Alrededor del 85% de esta materia (según algunos cosmólogos), o aproximadamente los dos tercios (según otros), es materia oscura o extraordinaria. De su existencia no dudan porque gracias a ella las galaxias y el universo no se desintegran. Y explican, por ejemplo, que el peso que tienen todos los cuerpos que constituyen la Vía Láctea, no puede explicar la estabilidad de ésta; que una inmensa masa oscura debe haber allí y que es esa masa desconocida u oscura la que explica que aquellos cuerpos estén gravitando donde están. Y lo mismos afirman respecto de todas las otras galaxias. Y esa masa incógnita –agregan- no está conformada por ninguno de los 103 elementos químicos que conforman toda la materia ordinaria ni por combinaciones a partir de ellos, ni por nada que sea asequible al actual conocimiento científico.

Ahora bien, si esa materia oscura, cuya existencia se concluye sólo por su efecto en la gravitación universal, realmente existe (y nosotros no tenemos razón alguna para poner en duda su existencia), habría que preguntar desde qué momento cosmológico o cosmogónico existe o ha existido, y en particular, si en el instante estruendoso del último Big Bang ya había materia oscura, y si tuvo incidencia en el mismo.

¿La materia que estalló en el Big Bang era solamente materia ‘visible’ u ordinaria o también entró en ese estallido materia oscura o ‘invisible’?

No hay duda de que la materia ordinaria está sujeta a cierta fuerza de atracción de la materia oscura, pues esta mantiene cohesionada a aquella. Pero no de ello se sigue necesariamente que también la materia ‘visible’ tenga poder de atracción sobre la ‘invisible’. Y si este poder no existe, o si la cohesión que lleve a la explosión de la materia ordinaria no arrastra con ella y con el mismo destino a la materia oscura, cabe la posibilidad de que el Big Bang haya sido estallido de mera materia ordinaria, y que la oscura estuviera, ya desde entonces, allí.

¿De qué estará conformada la materia oscura?

Según la describen los científicos, la materia oscura es para el mundo material visible lo más parecido que se puede imaginar al alma y al cuerpo astral que las creencias y los mitos religiosos señalan como complementos de los animales y en particular de los humanos. Del alma que las religiones presumen que tienen los humanos se dice que tiene peso determinable en el momento de la muerte, cuando presuntamente se separa de su cuerpo. ¿A dónde irá –si existe- ese elemento astral o espiritual (o lo que sea) luego que se separa del cuerpo material? ¿Y sólo los humanos tendrían ‘alma’ o también tienen los animales, conforme se afirma en la Biblia? ¿También forman algo parecido a las llamadas almas todas las plantas, conforme se afirma en numerosos mitos?

Si la materia viva da lugar a la formación de cuerpos tan sutiles que resulten imperceptibles para la vista y para los demás sentidos humanos, bien pudiera encontrarse por esos lados el origen y la conformación de la famosa materia oscura. Efluvios de seres vivos surgidos naturalmente a lo largo de los numerosos eones que precedieron al actual, habrían venido acumulándose como materia oscura y traspasando esos eones. Y, por lo tanto, lo que ahora debemos preguntarnos es esto:

¿A partir de qué momento cosmogónico comenzaría a haber materia oscura?

Ya vimos que, según creen los científicos respectivos, la simetría que debía haber entre materia y antimateria o entre quarks y antiquarks en el curso del Big Bang que dio origen a nuestro universo, no fue perfecta: que “por casi mil millones de pares de quarks y antiquarks , existía un quark extra”, y que “esta diminuta fracción de potencialidad inicial del universo entero es lo que forma la masa del universo como lo conocemos actualmente”.

Ahora bien: si la energía caótica inicial pudo dar origen, en aquella forma, a la materia inorgánica (pero organizada en núcleos, átomos, moléculas, etc.), en apenas el último eón (según consideran aquellos científicos), con mayor razón se puede pensar que pudo haberse formado, así, dicha materia inorgánica (pero organizada –repetimos-) en varios eones. Y no nos parece imposible que esa formación inicial de materia organizada pudiera haber ocurrido naturalmente. Pues, si la energía es indestructible, como parece, el mero decurso de energías que se masifican y masas que se energizan pudo haber originado organización material. Y como, según se señala por todo el mundo científico, el paso del mundo material inorgánico al orgánico parece ser cuestión tan relativamente fácil que numerosos naturalistas, biólogos y genetistas de nuestro tiempo ya se sienten en vísperas de reproducirlo en sus laboratorios, con tanto mayor motivo se ha de considerar posible el paso natural del uno al otro de dichos mundos materiales en el decurso de los infinitos eones que deben habernos precedido.

Para que se genere agua basta que átomos de oxígeno y de hidrógeno se unan en las proporciones correspondientes, y esto puede ocurrir siempre que se den las condiciones apropiadas. Y lo mismo cabe decir respecto de la formación de oxígeno y de hidrógeno: la concurrencia de los corpúsculos subatómicos respectivos en las condiciones apropiadas, seguramente los genere. Y parece claro que similar afirmación se puede hacer, y en efecto la hacen los científicos, respecto de la formación de todos los elementos químicos. Y lo mismo aseveran los ingenieros genéticos y los biólogos acerca del origen de la materia orgánica: dada la concurrencia de átomos, moléculas y demás componentes necesarios, en las condiciones apropiadas, es posible lograr que de la materia inorgánica se genere la orgánica.

Por lo tanto, es posible que en el infinito transcurso de eones que habrían precedido al actual, numerosísimas veces se hayan dado las condiciones que posibilitaran la formación de materia, así inorgánica como orgánica. Por eso, lo que tenemos que preguntarnos ahora es si el hecho de que la existencia no sólo de materia inorgánica sino orgánica (esto es, viva) sea concebible por el inmanente desarrollo natural que hemos resumido, excluye la existencia de Dios.

Ahora bien, para responder la anterior pregunta debemos empezar por señalar que en el proceso formativo de la vida humana, o, mejor, en la embriogénesis humana, aparece, además de aquellas dos formas de materia (inorgánica y orgánica) una tercera especie o forma que bien puede ser llamada materia organizadora. ¡Sí!, hay materia organizadora en el proceso formativo o de gestación de los humanos, y esto está demostrado científicamente: en cierto momento formativo del embrión humano, cuando este no es todavía propiamente tal, sino apenas un racimo de células indiferenciadas, el día 14 después de la fecundación, una de aquellas células se destaca y asume funciones de organizadora u ordenadora: seguramente impregnando distintas proteínas u otras sustancias a las otras células, parece distribuirlas para que cumplan distintos destinos. Unas irán a formar el músculo cardíaco, otras los pulmones, los distintos dedos, los brazos, la sangre, el cerebro, las venas, las uñas, el cabello, etc., etc. Y es así como se forma un verdadero embrión y este se transforma luego en feto y en niña o niño, y finalmente en mujer o en hombre.

Nos atrevemos a pensar que los ingenieros genéticos pronto terminarán encontrando que procesos formativos similares al mencionado se dan en todas las gestaciones y en todas las germinaciones: que en todas estas, además de hidrógeno, oxígeno y otros elementos, y de diferentes células, es decir, de entidades inorgánicas y orgánicas, encontrarán otras entidades cuya función es netamente organizadora. Y si esto es así, habría que preguntar entonces cuándo surgió cada uno de aquellos organizadores, y es obvio que los científicos responderán como siempre lo hacen: en el curso de la evolución. Y tendrán razón, seguramente, pero en ese momento se les podrá señalar que en el curso de la evolución de la energía-materia hubo, según parece, un Organizador poderosísimo: el que logró en un décimo de un millonésimo de millonésimo de millonésimo de millonésimo de millonésimo de millonésimo de millonésimo de segundo, que se dieran las condiciones necesarias para que la inconcebible potencia de la energía que resultó del último Big Bang descendiera a niveles en los cuales las partículas subatómicas respectivas pudieran formar átomos de hidrógeno, deuterio, helio, oxígeno, calcio, carbono y todos los demás elementos químicos. Pues, en verdad, aquel descenso insólito de la potencia dicha no puede entenderse sin un Ordenador u Organizador.

Y aquí tenemos que volver a formular la pregunta del millón: ¿Ese Ordenador es eterno e increado, como se afirma por fe, o también resultó en el curso de la evolución?

Todos los 103 elementos químicos de la famosa tabla mendeleiviana, que conforman, en distintas proporciones, la totalidad de la materia inorgánica, están, no obstante este calificativo, perfectamente organizados. Como que su desorganización es, ni más ni menos que desintegración atómica, liberación de insospechadas energías que subyacen en los átomos. Esa organización comenzó en un instante que los científicos cosmológicos tienen definido: en los primeros 10-43 (10 a la menos 43) segundos del Big Bang, y a partir de ese instante aquéllos pueden explicar en general las circunstancias en que se formaron todos los 103 elementos. Mas he aquí que esos 103 elementos lo que conforman no es toda la materia del universo, sino apenas una parte ínfima de ella: la materia visible y palpable u ordinaria (tan solo el 15% de la masa total del universo), en tanto que el 85% restante está conformado por la materia extraordinaria u oscura.

Ya señalamos que la materia oscura pudo haber sido formada, a través de muchos eones, por la materia orgánica o viva, es decir, por la vida, y que pudo haberse generado originalmente de modo natural. Y si la vida evolucionó, como pudo haber evolucionado, naturalmente, en cualquiera de esos eones, hasta el nivel racional, bien pudiera estar, por esos lados, el origen de una Entidad cuyo poder pudo llegar a ser tal que ha llegado a ser un Ingeniero Cósmico y Genético, con dominio incluso sobre la materia oscura y capaz de dirigir la evolución del Cosmos, como al parecer ha ocurrido de modo claro desde antes del comienzo de nuestro eón. La materia oscura sería, en esa forma, la materia prima, motor, freno, acelerador e internet, que para el cumplimiento de sus fines, tiene Dios. Infinitos millones de genes estarían esparcidos por el espacio infinito, y más millones y millones y millones y millones de millones de elementos inorgánicos, esperando la formación de las condiciones apropiadas para florecer en nuevos mundos o en nuevas formas vivas.

En la anterior forma se explicarían no pocos fenómenos que, para los paleontólogos, hasta ahora han resultado incomprensibles, como el hecho recalcado por Paul Davies y David Christian de que “el Universo, en su fase evolutiva actual, parezca ser un lugar biofavorable” (Mapas del Tiempo, Cap. 4); y que cosmólogos hayan encontrado aminoácidos, nucleótidos simples e incluso los fosfolípidos que –según los biólogos- componen las membranas celulares, lo mismo que grandes cantidades de agua y alcoholes, y muchas moléculas orgánicas simples, en nubes de polvo del espacio interestelar, y en meteoritos y en cometas, y en muchos otros entornos insólitos, tanto de la Tierra como del espacio –conforme también lo señala Christian (Ib.)-. Y también se explicaría, en aquella forma, la llamada Explosión Cámbrica de vida en nuestro planeta, y el acelerado proceso de la vida que en aquel condujo a la forma humana, y el hecho no menos asombroso que cualquier otro, de que la vida triunfe siempre en todas partes, no obstante los infinitos peligros que la acechan y los innumerables factores que conspiran contra ella.

En síntesis, parece que se puede afirmar que el proceso evolutivo de la energía y la materia ha sido a grandes rasgos el siguiente: de numerosos Bigs Bangs, cada uno de los cuales conducía a su respectivo Big Crunch (que inexorablemente, a su turno, conducía al siguiente Big Bang) pudo haber resultado infinitas veces materia inorgánica (siempre que se dieron las condiciones apropiadas para que los corpúsculos subatómicos extras resultantes de cada Big Bang formaran diferentes átomos y moléculas). Del mismo modo, en uno o en varios eones pudieron darse las condiciones apropiadas para que de la evolución de la materia inorgánica surgiera materia orgánica o viva. Y si ésta pudo evolucionar naturalmente hasta el nivel racional, bien pudo ocurrir que en algún momento del infinito pasado, alguna forma animada, en la cual la materia orgánica hubiese evolucionado hasta el nivel racional, y que hubiese alcanzado los conocimientos científicos y técnicos apropiados para el efecto, hubiera comenzado a convertirse en materia organizadora al asumir labores de Ingeniería Genética como las que el hombre actual está empezando a desarrollar. Y si la materia orgánica genera el raro efluvio que, según parece, constituye la materia oscura (efluvio cuya masa ejerce gravedad sobre las masas de materias inorgánica y orgánica, pero que no es atraída por estas), bien pudo ocurrir que, en algún momento, aquella entidad organizadora hubiera decidido pasar de las labores de mera Ingeniería Genética en que primeramente se habría embarcado, a las de Ingeniería Cósmica y Genética que la convirtieron en Dios, una vez que alcanzó el conocimiento pleno y el dominio sobre la materia oscura, conocimiento del cual todavía está exento y horro, en absoluto, el hombre actual.

El más grande despliegue de esos conocimientos y poderes inconcebibles de que ha dado muestra la Energía-materia o Sustancia Creadora, que es Dios, es el que se vislumbra que ocurrió y sigue ocurriendo con ocasión del último Big Bang: antes de ocurrir éste, la Entidad Creadora tenía que conocer exactamente la magnitud del estallido y la de la masa de materia oscura, y la ubicación que ésta debía tener, para hacer descender oportunamente aquella magnitud del estallido y su temperatura a los niveles necesarios para que se dieran, en el curso de la evolución subsiguiente, las condiciones apropiadas para que se formaran hidrógeno, deuterio, helio, oxígeno y los demás elementos químicos que conforman la materia inorgánica; y también había de conocer, la Entidad Creadora, la forma en que debía obrar para hacer que esa materia inorgánica evolucionara a orgánica, a efecto de seguir incidiendo Ella en la evolución de dicha materia orgánica; y Aquella Entidad debía conocer también, en fin, la forma en que habría de dirigir el comportamiento y la evolución de todas esas masas materiales para evitar que otro estallido o la desvinculación total y absoluta entre ellas, en el futuro remoto, las desorganizaran.

Ahora bien, entre esas previsiones se encuentran las relativas a la creación o formación de seres vivos que le coadyuven en su gigantesca obra a dicha Entidad Creadora. Para eso habría sido inducida la aparición y evolución del hombre, en la Tierra, entre otras formas vivas. Por eso, en próximos capítulos de este ensayo nos referiremos al origen del hombre y al de la religión: porque ambos génesis parecen claramente encaminados y predeterminados al logro de aquel sublime objetivo, conforme lo veremos en resúmenes que haremos de las numerosas fuentes arqueológicas, religiosas y mitológicas que a aquellos orígenes se refieren. Pero antes debemos ver algunas cuestiones relacionadas con el origen de la luz, que están íntimamente vinculadas con la inicial evolución del Big Bang, a que nos hemos referido en el presente capítulo."


La adoración de Dios o de dioses ha sido universal. (Fotografías de templo-pirámide azteca, catedral católica y pagoda hindú, tomadas de internet).



2- Origen y evolución del hombre

La Arqueología antropogónica o del origen y la evolución del hombre. Transcripción del Cap. VI de “El origen de Dios” (de Leovigildo Bernal):


“Resumen del Informe Arqueológico sobre el origen del hombre por evolución natural inducida y selección racional

[INICIO]

Yo, Leovigildo Bernal, el autor del presente ensayo, desde hace treinta y cinco años he venido publicando diversos estudios que he denominado de Arqueología antropogónica porque en ellos analizo los documentos, relatos, mitos, leyendas, etc., relacionados con el origen del hombre, que nos han llegado desde tiempos antiguos, confrontándolos con los más recientes descubrimientos científicos sobre ese mismo origen. De esa confrontación hemos concluído que aquellos relatos míticos o religiosos no se contradicen con estos descubrimientos científicos, sino, antes bien, se complementan y hasta se vuelven, unos y otros, más factibles, creíbles y comprensibles.

El hombre -hemos concluído de ese estudio- no fue creado milagrosamente como cree la concepción religiosa acerca del Dios taumatúrgico y sobrenatural, sino que es resultado de una larguísima evolución natural, como se ha concluído por las ciencias antropológica, biológica y genética recientes, en particular por el darwinismo. Pero esa evolución no ha sido azarosa o fortuita, como se cree generalmente por quienes profesan aquellas ciencias, sino que ha sido inducida, controlada y dirigida, desde la aparición de la vida en la Tierra, hace varios miles de millones de años.

Ese proceso evolutivo ha sido, a grandes rasgos, el siguiente: luego que, en el planeta acuoso primitivo, de la materia inorgánica empezó a formarse materia orgánica, pronto esta fue inducida, en el mar primigenio original, a que evolucionara hacia una forma animal elongada, es decir, serpentina. En esta forma serpentina se indujo que los órganos sensitivos, y en particular los órganos succionadores o de alimentación, se concentraran en uno de sus polos, y los excretores en el otro. Al mismo tiempo, en diversas otras formas animales se indujo la evolución formadora de patas, ojos, antenas auditivas, etc., todo lo cual se hizo eclosionar al comienzo del Período Cámbrico, cuando ya en el planeta además de inmensos mares, había partes secas y atmósfera. El órgano de la vista seguramente evolucionó, como se afirma por la ciencia, a partir de células sensibles a la luz, y similarmente se puede pensar acerca de la evolución de los demás órganos de los sentidos. Lo mismo que la evolución de las extremidades debió ocurrir, como también se afirma por la ciencia, a partir de excrecencias o rugosidades de la piel de formas animales ápodas.

De la serpiente marina original, que aparece en todos los mitos y leyendas del origen, y cuya representación o descripción a escala universal es comúnmente conocida, cabe destacar que  siempre  es figurada ondulando no sólo en el plano horizontal (hacia los lados izquierdo y derecho, como todos los reptiles), sino al frente y atrás, sobre el vientre y el pecho y sobre el dorso (como todos los animales mamíferos y como las aves). A esa serpiente, que no se encuentra actualmente en ninguna parte de la tierra, sino sólo en numerosísimas representaciones o descripciones arqueológicas, por esta razón la hemos llamado así: la Serpiente arqueológica. Y como siempre se vincula, en los mitos y en las leyendas, con el origen de las distintas especies animales y del hombre, también la hemos llamado Serpiente protogónica.

La Serpiente protogónica se formó, con su precioso erguimiento mamiferoide y aviar, además del movimiento corporal reptiloide, en el caracol de la amonita. Por eso los mares primitivos estuvieron superpoblados de las amonitas, cuyos más parecidos descendientes actuales son los famosos nautilos. Y por eso la diosa del amor de los griegos –Afrodita-, quien, según su mito, afirmaba ser, lo mismo que la diosa sumeria Istar, madre de todos los humanos, navegaba sobre una amonita.

Casi todas las formas  animales  más evolucionadas (salvo algunas  como los  insectos y ciertos artrópodos y moluscos) tienen cuerpos que son básicamente serpentinos: los peces son formas serpentinas con diversas clases de aletas; los reptiles son serpientes con cuatro extremidades que les ayudan a trasladar su cuerpo; las aves son formas serpentinas con dos patas y dos alas; y los mamíferos son todos cuerpo serpentinos con cuatro patas o con dos patas y dos brazos. Quite usted, lector amable, a todas esas clases de animales, los órganos mencionados (alas, aletas, brazos y piernas) y verá que todos quedan serpentinos. Por eso se puede pensar que el universo arqueológico tiene razón en cuanto dice que peces, reptiles, aves y mamíferos (incluído el hombre) descienden de la Serpiente protogónica. Y, tal vez, por eso también, los espermatozoides de todas esas formas animales parecen minúsculas Serpientes protogónicas mientras nadan hacia los óvulos ondulando en el plano vertical.

Para la formación de reptiles, aves y mamíferos, las aletas que autoformó la Serpiente Protogónica o cuya formación en esta fue inducida, aletas que fueron órganos constitutivos de varios órdenes de peces, fueron principalmente de las siguientes clases: un par de aletas ínfero-pectorales y otro par de aletas ínfero-abdominales que luego, en el curso de la evolución inducida, terminaron transformándose en las patas de todos los mamíferos cuadrúpedos; un par de aletas pectorales-laterales y un par de aletas abdominales-laterales, que se transformaron en las cuatro patas de todos los reptiles; un par de aletas pectorales-laterales, que terminaron siendo las alas de todas las aves y los brazos de los mamíferos bípedos o semi-bípedos; dos aletas ínfero-ventrales, que se transformaron en las extremidades inferiores de las aves; y dos aletas anales, que dieron origen a las extremidades inferiores de los homínidos.

Las primeras formas animales que se independizaron del medio acuático y conquistaron el aéreo fueron insectos voladores y aves. Esta es una afirmación básica del Génesis y pensamos que pronto se confirmará por la aparición de aves fósiles con trescientos veinte millones de años o más, de antigüedad.

Luego empezó la conquista de la parte seca de la Tierra, por las formas anfibias y reptiloides. Para coronar esta conquista, algunos reptiles hubieron de forzar sus raquis a formar ángulo recto o casi recto, con el resto del cuerpo, sobre el dorso, a la altura de la región cervical. Por eso se formaron extendidas crestas de carne y de piel sobre las cabezas de diversas formas animales, crestas que al adoptar esos animales, ya en tierra firme, la posición erguida, dieron origen a las conchas auditivas u orejas, mientras las antenas auditivas que tenían esas mismas formas animales sobre sus crestas se fueron adentro del cráneo formando el caracol o cóclea. Todas estas transformaciones relacionadas con el órgano auditivo aparecen nítidas en la estatuaria de San Agustín (Colombia) y en varias otras fuentes arqueológicas.

Entre las formas animales que primero conquistaron la tierra seca había no sólo reptiles, sino cuadrúpedos erguidos, y, según parece, incluso bípedos. Y todos esos animales eran de estaturas pequeñas y su alimentación, vegetariana. Y homúnculos o enanos eran también los homínidos del más remoto origen de la vida extra acuática en la Tierra, y su alimentación era vegetariana. Y no había separación de sexos entre hembras y machos o entre mujeres y varones: todos los humanoides de entonces eran hermafroditas. Esto también aparece nítido en el Génesis y en muchas otras fuentes arqueológicas. Y porque los primeros humanos eran hermafroditas, quedaron formas vestigiales de sus correspondientes opuestos en uno y otro sexo, luego de la separación de éstos: las tetillas en los hombres y el clítoris en las mujeres.

Los primeros homínidos, además de enanos eran mentecatos. Por eso, porque no tenían ni la estatura ni el nivel intelectual que los formadores deseaban, estos hubieron de inducir el aumento de una y de otro, de la estatura y del nivel intelectual. Y para eso se usaron genes de animales gigantescos y se indujo la conversión del hombre y de otros animales en carnívoros. Para eso (en particular para darle estatura y fortaleza al debilucho enano del origen), fueron los gigantescos dinosaurios, cuya formación habría sido inducida a partir de genes de monstruosos animales marinos, reptiles, nano-mamíferos y aves. Por eso, los dinosaurios tenían características de reptiles, aves y mamíferos. Y eran, en gran proporción, carnívoros, porque carniceros y carnívoros eran muchos de aquellos monstruos marinos.

Con genes de dinosaurios bípedos gigantescos y de insaciables carnívoros, llevados al genoma del homúnculo vegetariano del origen, se formó, pues, la nueva humanidad, la que en el Génesis es señalada como pecadora, con toda razón, pues no se puede comer carne sin matar. Y matar animales para comer su carne fue el pecado original.Y ese pecado es original porque dio origen al Homo sapiens, al hombre racional y con conciencia ética o moral. Conforme ha sido descubierto por la Antropología moderna: que el consumo de alimentos cárneos convirtió en sapiens al homínido anterior, que de humano sólo tenía el ser bípedo. Y así se comprende que Eva hubiera echado la culpa de su pecado a la serpiente: porque la Serpiente-dragón dinosauriana –sus genes- indujeron la transformación del humano vegetariano en carnívoro,y porque todas las serpientes son carnívoras.

Ahora bien, a ese Homo sapiens ferozmente carnívoro y hematófago, hubo luego necesidad de quitarle fiereza y maldad, es decir, de purificarlo. Ese es el proceso de limpieza del pecado característico de todas las mitologías y religiones, conforme lo resumiremos en la Parte siguiente de este ensayo.

De varias otras formas animales se habrían empleado genes para dar cima a la formación del hombre: de ciertas aves, en especial para generar el órgano del habla en el Homo álalo precedente (según se afirma en diversos mitos egipcios, griegos e hindúes). Por eso, las arpías, las sirenas, los Garudas y otros hombres o mujeres-pájaros son tan comunes en el mundo arqueológico. Y no sería raro que, eventualmente, en algún lugar del mundo, se encuentre un hombre-pájaro petrificado o embalsamado.
  
 (Mujer-leona egipcia)
Genes felinos también habrían contribuído a la génesis del hombre carnívoro, y tampoco sería raro que, de pronto, en algún depósito antiquísimo egipcio o hindú, aparezcan esfinges embalsamadas.

En mitos y en estatuas hindúes y de San Agustín (Colombia) aparecen híbridos homo-elefantinos, que probablemente hayan tenido que ver con la dación de esqueleto poderoso y cráneo gigantesco al animal humano. Y es claro que esto explicaría que en depósitos prehistóricos se hayan encontrado especímenes humanos fosilizados que corresponderían a individuos con cráneos gigantescos pero con pequeños cerebros pitecoides. Y tampoco sería raro que de pronto aparecieran fenómenos homo-elefantinos embalsamados en alguna pirámide o en algún templo chino, hindú o japonés.                                                          
            
El lémur es, al lado del cinocéfalo, otro animal que aparece vinculado arqueológicamente con la formación de los homínidos. Hoy es claro que el pie plantígrado no se formó, como creían los científicos hasta hace muy poco tiempo, ya en el suelo, sino en las ramas de los árboles. Que al saltar, de rama en rama, y al agarrarse de estas, diversos simios dieron origen al pie plantígrado y a las manos grandes y prensiles; que así incorporaron los huesos metatarsianos a los pies y los metacarpianos a las manos, en vez de hacer parte (esos huesos), respectivamente, de las piernas y de los brazos, como ocurre en los cuadrúpedos.

Aquellas incorporaciones óseas en las manos grandes y prensiles y en los pies plantígrados, se ven nítidas en el ‘lémur’ fósil, de 47 millones de antigüedad (llamado Ida), que hace poco fue presentado en un importante documental científico de History Channel. Ese ejemplar fósil no es el “eslabón perdido” que imaginó Darwin, pues este debería ser anuro como todos los antropoides. Empero, hay que agregar que las configuraciones dentaria y de las uñas de aquel fósil –más homínidas que lemúridas-, le dan a ese espécimen la importancia excepcional que han destacado, justamente, sus descubridores Johrn Hurum y Phillip Gingerich.
                                                                                     
 Por lo demás, en el Informe Arqueológico también se da cuenta de incidencias de la selección sexual en la conformación del hombre. Así, las  mujeres, al entablillar las cabezas de sus críos a lo largo de la infancia (como hacían los pijaos, los panches y otras naciones precolombinas del Nuevo Mundo), habrían contribuído a formar la cabeza redonda característica de los humanos. Y madres ancestrales que ceñían las piernas de sus hijos, desde recién nacidos y hasta el fin de la infancia,  habrían contribuído a perfeccionar el bipedalismo, llevando transformaciones anatómicas a la pelvis y a las cabezas de los huesos fémures. Y es obvio que las hembras humanas, al seleccionar para sus apareamientos a los machos que se plantaban más erguidos y a los que tenían cabezas no simiescas, sino redondas (como de niños), habrían contribuído a la conversión de estas hermosas características humanas en hereditarias. Y no parece necesario recordar que tradiciones a esos respectos (sobre entablillamiento de cabezas y ceñimiento de las piernas) son comunes  no sólo entre indígenas americanos, sino entre los rusos, los frigios y los egipcios de tiempos antiguos.

Ahora bien, es claro que la inducción de la evolución de la vida en la Tierra en la forma que hemos resumido a lo largo de este capítulo, explicaría el hecho notable de que dicha evolución parece encaminada a la creación de la forma humana bípeda, racional y poderosa, pero purificada de la maldad felina. Purificación que es característica de todos los mitos prehistóricos y de todas las religiones durante un largo trayecto de la Historia, conforme lo veremos en el capítulo siguiente. Pero antes, señalemos que los procesos extraordinarios y raros que paulatinamente han venido descubriendo los científicos al estudiar la evolución del hombre son tan notorios, que a veces aquellos se ven precisados a destacarlos aún exponiéndose a ser considerados poco ortodoxos. Es el caso, por ejemplo, de David Christian, quien en su importante y serio libro Mapas del Tiempo, dice lo siguiente sobre la adquisición de la preciosa capacidad hablante de nuestra especie:

“Los niños humanos adquieren el lenguaje con una velocidad y soltura que no puede deberse a ningún proceso educativo de ensayo y error y que no tiene parangón entre nuestros parientes más cercanos los chimpancés. En cierto modo es como si se nos hubiese insertado la capacidad para el lenguaje y tuvo que ocurrir en fecha reciente, según la perspectiva evolutiva. Si fue así, los interesados por la evolución homínina tendrán que explicar cómo aparece un módulo del lenguaje” (Op. Cit, Cap. 7).

Ya hemos dicho que numerosos mitos, monumentos y documentos arqueológicos muestran a la entidad humana y la aviar vinculadas con ocasión de la adquisición de la capacidad parlante por aquella. En nuestros libros anteriores de Arqueología antropogónica nos referimos ampliamente a esa presunta vinculación, y a ellos nos vemos obligados a remitirnos ahora, pues no es, ésta, ocasión para detenernos a ese respecto."



(L. Bernal al lado de la principal figura sanagustiniana que señala el origen evolutivo de las orejas humanas)




3- El origen y la  evolución de la religión

La Arqueología antropogónica y el origen y la evolución de la religión. Transcripción del Cap. VII de “El origen de Dios” (de Leovigildo Bernal):


“Resumen sobre el origen y la evolución de la Religión y del canibalismo humano

[INICIO]
En nuestro libro Antropofagia y religión explicamos el origen y la evolución de la religión según como se concluye del Informe Arqueológico. Allí pusimos de presente que la religión, como el fenómeno socio-cultural de toda la humanidad que es, puede ser estudiada desde dos puntos de vista: desde el punto de vista de la deidad o de las deidades, es decir, del ente o los entes a los cuales se considera provistos de enormes poderes con los que habrían creado el mundo y a los humanos y todas las cosas. Y desde el punto de vista de las ofrendas o sacrificios con los cuales los humanos han venerado a dichas entidades divinas para agradecerles sus favores o para desagraviarlas o propiciarlas.

Sobre la forma en que se originó en las sociedades humanas primitivas, la creencia en dioses, ya señalamos que es algo en lo cual todos los investigadores, en general, concuerdan: al tratar de indagar, los primeros hombres reflexivos, sobre el origen de las diversas cosas y seres, de ellos mismos y del mundo, y sobre el génesis de tantos fenómenos naturales que en una u otra forma los afectaban, parece natural que imaginaran la existencia de poderes superiores que habrían creado aquellos seres y que generarían y controlarían estos fenómenos.

Empero, la mera creencia en poderes superiores no es de por sí religiosa, sino la que se expresa con ofrendas o sacrificios que se hagan a esos poderes. Esta sí es creencia religiosa, conforme se expresa en la palabra religión. Pues esta proviene del verbo latino religare, que significa ligar, atar o amarrar atrás o por detrás, que proviene de la costumbre bárbara de llevar a los cautivos de guerra, atados por los brazos atrás, a los altares, para sacrificarlos. Esto es, para matarlos sacramente, en honor de los dioses.

Sobre la etimología de la palabra religión generalmente se dice que significa volver a ligar y que indica que el hombre, separado de la divinidad después de la incursión en el pecado original, y como consecuencia de éste, volverá a ser unido con la divinidad a través de la religión. Es, ésta, una interpretación atractiva pero falsa, pues el nombre religión no proviene del idioma hebreo, sino del latín religare, que tiene el significado arriba dicho: atar o ligar atrás o por detrás.

Aclarado lo anterior, hay que preguntarse por qué y para qué sacrificaban, los hombres antiguos, a sus cautivos de guerra, y la respuesta es dada por las mismas prácticas sacrificiales de humanos, según aparecen estas entre todas las naciones bárbaras que las tuvieron: para dar a los dioses lo que a estos pertenecía, según sus prejuicios o sus creencias, y dejar para los sacrificadores lo que era para éstos.

Para los dioses eran generalmente la sangre de los sacrificios humanos o animales, y los cerebros y las entrañas de las mismas víctimas; y para los sacrificadores, la carne de estas. En eso consistió el canibalismo ritual, que es la primera forma sacrificial de que se tiene memoria: sangre, cerebros y entrañas de las víctimas humanas eran para los dioses, y sólo carne para los oferentes. Y precisamente aquella ofrenda a las deidades era la que hacía sagrado o ritual el sacrificio. Porque esa ofrenda convertía en sagrado el acto de matar.

Macto, mactare (matar), originalmente significaba “ensalzar, glorificar, engrandecer”, y particularmente, “ofrecer sacrificios a los dioses”, conforme lo señala en su Diccionario latino-español, don Agustín Blánquez Fraile. De ahí proviene que sacrificar sea el acto de glorificar o ensalzar a los dioses al matar las víctimas en honor de ellos; y que el sacerdote o sacrificador fuera el personaje facultado para ejecutar el acto sacro de matar. Los sacerdotes, en todas las religiones modernas, continúan siendo éso: funcionarios religiosos investidos de la facultad de ejecutar el acto sacro de matar. Sólo que este acto ya no es real, sino simbólico, conforme se ve en el rito católico de la Eucaristía.

Ahora bien, si la primera forma sacrificial de que, históricamente, se tiene conocimiento, es el canibalismo ritual, hay que preguntarse para qué inventó ese raro rito la humanidad primitiva, o le fue impuesta a esta o a las naciones o sociedades en las cuales aparece. Y la respuesta a esta pregunta parece obvia: para impedirles el consumo de las especies que se calificaban como sacras. Es decir, para impedirles que fueran o siguieran siendo hematófagas y tragadoras de sesos y de entrañas de sus víctimas humanas. O sea, para limitar la antropofagia, para restringir esta al consumo de la mera carne.

Salta a la vista que quitar a los caníbales la sangre, los sesos y las entrañas de sus víctimas humanas con el cuento de que estas especies eran formas sagradas que se debían ofrendar a sus dioses, es apenas eso: una conseja mera, un simple cuento. ¡Qué iban a necesitar los presuntos dioses de la antigüedad (el Sol y la Tierra, entre ellos), que los hombres les ofrendaran sangre o cabezas de sus víctimas humanas, ni que examinaran con extremo cuidado y sumo respeto, las ondulaciones que aparecían en las entrañas de las mismas víctimas porque a través de ellas esos mismos dioses dizque manifestaban sus deseos y sus proyectos! ¡No!, todo eso fue apenas mito, conseja o cuento. Pero gracias a mitos como ése, los bárbaros dejaron de ser hematófagos y enfermizos tragadores de los sesos y las entrañas de sus víctimas humanas.

Por lo demás, nos parece que aquella posible transformación de la especie humana (de hematofílica o hematófaga en hematófoba), sería fácilmente comprobable por procedimientos genéticos. Pues si en el genoma humano hubo genes de hematofagia, allí deben estar en estado de latencia, y los genetistas podrían reactivarlos. Aunque tal vez es mejor que no se aventuren en esas honduras, habida cuenta de que en la humanidad hay todavía muchos malvados Frankensteins. Pero lo cierto es que, gracias a aquellas creencias religiosas, se terminó eliminando la hematofagia y limitando en gran medida la antropofagia. Por lo tanto, la pregunta que a nosotros nos corresponde hacer ahora es la siguiente:

¿Hubo alguna potencia, allí atrás, dirigiendo ese proceso?

Nadie puede decir que tiene pruebas de que ese proceso fue inducido o dirigido, salvo referencias míticas a ese respecto. Como es el caso de los indios quichés de Guatemala precolombina. Pues en el Popol-Vuh se afirma que aquellos indios tenían que ofrendar la sangre y el corazón de sus víctimas humanas a sus dioses Tohil y Avilix porque así se lo habían impuesto los oráculos de estos. Y amén de otras referencias mitológicas como aquella de los quichés, la humanidad actual, de hecho, no es hematófaga ni consumidora de sesos humanos ni de entrañas de sus semejantes. Por ello se puede concluir que mitos como aquel de los quichés terminaron quitando a toda la humanidad de cierta antigüedad remota la inclinación al canibalismo radical que originalmente tuvo.

Pero como, en este momento, alguien nos podría preguntar de dónde sacamos esa creencia de que toda la humanidad primitiva fue antropofágica, a nuestro turno le preguntaríamos si se ha preguntado por el origen de la antropofagia en que incurrieron las numerosas naciones que a ciencia cierta se sabe que la practicaron. Bárbaras tragadoras de otros humanos fueron no sólo numerosas naciones aborígenes de América, África, Asia y Oceanía, sino los neanderthales europeos, según se ha venido a demostrar, científicamente, con numerosas pruebas arqueológicas recientes. E historiadores antiguos como Herodoto, Tácito y el propio Julio Cesar abundan con datos al respecto.

¿Por qué la humanidad de cierta antigüedad remota fue caníbal?

Hesíodo, el famoso poeta griego, dice en su poema sagrado Los trabajos y los días (el cual, según afirma, le fue revelado “por los dioses”), que la humanidad había atravesado por varias edades, a saber: la de Oro, durante la cual los hombres vivían pacíficos y sin preocuparse ni siquiera por su alimento, pues lo tenían abundante y a la mano; la de Plata, que corresponde a la Edad de las cavernas, constituída por hombres que vivían dedicados a la fiera iniquidad y que eran tan malvados que ni siquiera se acordaban de hacer ofrendas a los dioses; la de Cobre, en que la humanidad descendió a tales niveles de maldad que hasta comenzaron a matar animales para tragar su carne, según agrega Arato; y la de Hierro, que es la actual, en que los hombres siguen siendo malvados y dedicados principalmente a la guerra.

Como, según ese mito hesiodeo, sólo en la Edad de Cobre comenzaron los hombres a comer carne animal, hay que preguntarse qué comían los humanos de las edades anteriores. La Edad de Oro, si aquel mito reflejara hechos reales, habría sido la de los primeros homínidos, los vegetarianos, los que vivían felices en los bosques sin preocuparse por comida (pues aquellos se la proporcionaban abundante), ni por vestido, pues carecían del sentido de pudor.

En cambio, la Edad de Plata o de “los dichosos subterráneos” –conforme los llama Hesíodo- es la Edad de las Cavernas, descubierta recientemente por la ciencia. Esa Edad de Plata o de las Cavernas, si Hesíodo tiene razón, debió ser el mismo Pleistoceno o Edad de Hielo –que llaman los científicos-, época que se prolongó más de un millón de años, hasta hace entre quince mil y veinte mil años. ¿Qué comían los homínidos de entonces? Refugiados en cuevas, sin animales domésticos ni agricultura ni siquiera vegetación, ¿qué comieron los homínidos de aquel millón de años? ¿Sólo insectos, pecesillos, pajaritos y lagartijas? Nada más tenían a mano. Nada más, salvo a sus propios semejantes… Acaso la antropofagia se originó en esas condiciones, que fueron universales, y por eso el canibalismo de los humanos también fue universal. Acaso la antropofagia de toda la humanidad primitiva tuvo naturalmente el mismo origen que tuvo la antropofagia aberrante del equipo de jugadores uruguayos que se hicieron famosos por haber incurrido en ella en medio de la soledad y el frío de los Andes.

Si la antropofagia se originó en las cavernas, es muy probable que allí mismo se le hubiera iluminado la conciencia a la humanidad primitiva, iluminación que la llevó a darse cuenta de que vivía desnuda. Y también es muy probable que esa iluminación cognoscitiva la hubiera llevado a darse cuenta de que era más malvada que los más feroces animales, pues devoraba hasta a sus propios hijos. Habrían surgido, en esa forma, los mitos del conocimiento y del pecado, y de la malvada serpiente que con su entidad carnívora habría enseñado al hombre a sobrevivir en aquellas terribles circunstancias.

La incursión en antropofagia es naturalmente comprensible en aquellas condiciones. Y también son comprensibles aquellos mitos del conocimiento y del pecado como efugios inventados por la humanidad primitiva para explicar su incursión en canibalismo. ¿Pero, de dónde salió la parte siguiente del cuento de marras? ¿De dónde salió la creencia de que el pecado había que limpiarlo con sangre? ¿De dónde surgió esa creencia de que derramando la sangre de sus sacrificios la humanidad se purificaba? Lo cierto es que esta creencia en la purificación por sangre o derramando u ofrendando, como sagrada especie, la sangre de sus sacrificios, habría terminado por curar a la humanidad de sus primitivas inclinaciones nefarias, si es verdad que aquella tuvo estas inclinaciones, como se afirma por numerosos mitos antiguos.

Pablo de Tarso, refiriéndose a la sangre de corderos, torillos y palomos que se regaba alrededor del altar de Dios en el templo de Jerusalén y parte de la cual se asperjaba sobre sacerdotes u otras personas o se untaba en sus orejas o sobre los cuernos del altar, dice en su Carta a los hebreos (9: 19-22): “Casi todas las cosas son limpiadas con sangre según la Ley, y a menos que se derrame sangre, no se efectúa ningún perdón”.

Esta aseveración pabliana lo que significa es que los ritos de “limpieza con sangre” estatuídos por la Ley mosaísta, eran ritos purificatorios, en particular de los pecados o de la mancha del pecado. Y que sólo derramando la sangre de los sacrificios que hacían los hebreos antiguos (es decir, de los animales que para ese efecto degollaban en el Templo) lograban perdón de sus pecados. Por eso mismo debió ser derramada la sangre de Jesucristo, según afirmó Éste y lo explica también San Pablo: porque en esa forma se obtenía perdón, de una vez por todas y para toda la humanidad, del llamado pecado original.

Similar creencia sobre la finalidad que tenía la ofrenda de la sangre de las víctimas humanas o animales a las distintas deidades, se encuentra entre varias naciones de la antigüedad, cuando no afirmaban que la sangre era la bebida propia y predilecta de esas deidades. Como es el caso del dios Sol entre los aztecas, los muiscas, los pijaos, los incas, etc., del Nuevo Mundo precolombino, y de numerosos dioses egipcios, mesopotámicos, romanos, griegos, druídas, hindúes, etc., del Viejo Mundo antiguo: en todos estos casos se afirmaba que la sangre era bebida propia de esas deidades y por lo tanto, vedada a los humanos.

Ahora bien, nadie dio nunca prueba de que, en efecto, aquellas deidades bebían sangre ni tuvo claridad jamás sobre cuál fue el pecado cuya limpieza se buscaba y por cuyo perdón se debía derramar siempre la sangre. Pero el hecho es que la humanidad actual ya no es hematófaga ni carnicera feroz como los fieros pueblos antiguos, según siempre se les pinta en los mitos y en las historias de la antigüedad. ¿Fue, esa cura, un resultado fortuito, o fue, más bien, producto de evolución inducida y dirigida, conforme se afirma en todos los libros que constituyen la Biblia?

Pero dejemos pendiente esta pregunta y volvamos a los hechos. Todas las formas religiosas más antiguas (griegas, mesopotámicas, egipcias, hindúes y precolombinas americanas, particularmente), se caracterizaban porque las ofrendas que, conforme a ellas, se debían y se hacían efectivamente a sus dioses, eran de sangre humana. Los aztecas, los quichés, los coyas, los muiscas, los pijaos y muchas otras naciones precolombinas del Nuevo Mundo, las ofrendas que hacían a sus dioses eran de sangre humana y de las cabezas de sus víctimas humanas. Y similar fenómeno se encuentra entre los griegos antiquísimos, los mesopotámicos, los egipcios y otros pueblos africanos antiguos, los hindúes, los druídas, los francos, los germanos, etc. Y, correlativamente con esa forma sacrificial, siempre aparece el hecho notable de que los animales eran sagrados: entre los grupos precolombinos americanos mencionados, entre los egipcios, los cananeos y otros mesopotámicos, los griegos anteriores a la aparición del dios Prometeo en su fecundo panteón, los hindúes, etc.

¿Por qué esa concurrencia de las ofrendas de sangre y cabezas humanas (que generalmente hacen parte del canibalismo ritual) con la institución de los animales sagrados?

Es como si a la humanidad en formación, en cierto momento, le hubieran sido sacralizados los animales por lo cual hubo de volverse caníbal. Aunque también es posible que la humanidad caníbal, consciente de lo malvado y pecaminoso de su proceder, y creyendo que el hecho de haberse vuelto carnívora hubiera sido la causa de las terribles condiciones gélidas ambientales, hubiera terminado por sacralizar y hasta deificar a los animales para procurar propiciarlos.

Pero sea cualquiera de las anteriores explicaciones, u otra, la que determinó la deificación primitiva de los animales, lo cierto es que entre los pueblos bárbaros en los cuales se descubre esa institución, ésta concurre con prácticas antropofágicas por parte de esas mismas naciones. Y que el trato que históricamente se dio a los animales y a diversos cuerpos o elementos, fue fundamental para limitar o eliminar la antropofagia: cuando los animales o algunos de estos y diversos cuerpos, cosas o elementos (laTierra, el Sol, la Luna, las estrellas, el mar, las aguas, los bosques, etc.) fueron considerados como dioses, a ellos ofrendaban los caníbales rituales la sangre y las cabezas de sus sacrificios humanos, en tanto que aquellos habían de limitarse a comer sólo la carne de éstos.

Más adelante, cuando los animales fueron dessacralizados y pudieron entrar en la dieta de los hombres, los sacrificios que estos hacían de otros humanos (generalmente de cautivos de guerra), estos eran totalmente para sus presuntos dioses (holocaustos). Esta forma sacrificial era característica de los griegos y los romanos de cierta antigüedad, de los cananeos de los tiempos bíblicos, de los muiscas de la sabana de Bogotá y de muchos otros pueblos.

En una etapa posterior a la últimamente mencionada, cuando fueron abolidos los sacrificios humanos, entre las naciones que tal logro alcanzaron, los animales reemplazaron a aquellos en las aras. Es el caso de los israelitas del Antiguo Testamento y de los Incas, que a sus deidades respectivas (Yahvé y el Sol) ofrendaban la sangre, la grasa y los cerebros de los animales que sacrificaban, y parte de su carne, en tanto que consumían el resto de esta.

Y, en fin, en otra etapa subsiguiente de esa evolución religiosa que venimos señalando (etapa que parece ser la última al respecto), ya no se ofrenda sangre y carne de animales, sino pan y vino. Es la etapa instituída por Jesucristo y que sus seguidores –los cristianos- han venido practicando desde hace dos mil años, con plena conciencia y manifestación expresa de que esas ofrendas representan la carne y la sangre del Hijo del hombre. Es decir, de Jesucristo, en primer término, pero también de los hijos de todos los hombres.

Ahora bien, como es evidente que este desenvolvimiento evolutivo señala un progreso moral indudable (desde el fiero canibalismo ritual del origen hasta el pío sacrificio simbólico y recordatorio de los cristianos, luego de los todavía fieros usos carnívoros intermedios), resulta difícil creer que esa evolución haya sido azarosa o fortuita y no inducida, controlada y dirigida, como se afirma a lo largo de la Biblia y, en general, en todas las religiones, que fue dicha evolución: impuesta, inducida y controlada por las deidades respectivas."

(Las escenas aztecas de sacrificios humanos, en realidad son parte del canibalismo ritual que practicaban aquellos: los corazones y la sangre eran para los dioses del templo, pirámide o cu; las cabezas las espetaban para el dios Sol; las vísceras  las arojaban para las fieras sagradas del zoológico imperial; y los cuerpos  se repartían para los sacerdotes y los oferentes. Y estos los consumian en banquetes solemnes con sus familiares y relacionados).             



4- TRES DATOS BÍBLICOS  DE ARQUEOLOGÍA ANTROPOGÓNICA DESTACADOS, POR PRIMERA VEZ, POR LEOVIGILDO BERNAL
 
[INICIO]
a.- LA PRIMOGENITURA DE JUDÁ ES TÍPICAMENTE SELECTIVA:
No obstante que la Biblia es característicamente primogeniturista, fue Judá (quien no era el primogénito, sino el cuarto hijo de Jacob) el que heredó las principales bendiciones de su padre y el llamado a ser ancestro del Hombre-Dios que se previó desde el Génesis. ¿Por qué? Porque Rubén (el primer hijo del patriarca) era un desaforado sexual que no respetó ni el lecho de su padre; y Simeón y Leví (segundo y tercero, respectivamente), unos fieros sanguinarios que no respetaron niños ni bestias en el asunto de Dina. Por eso, Jacob seleccionó como heredero de la principal promesa bíblica a Judá: porque era el menos violento de sus hijos y en el incidente de José hizo que lo vendieran en vez de matarlo, como era el propósito de sus demás hermanos (Génesis 34, 37 y 49).
La anterior es una de las numerosas muestras de la selección genética que constituye el hilo conductor de las historias bíblicas, según Bernal.

b.- EL ENTIERRO DE SARA LEJOS DE LA VISTA DE  SU ESPOSO ABRAHÁN.
Con ese entierro comenzó a eliminarse, en Mesopotamia, la costumbre de convivir los humanos sobrevivientes con los cadáveres de sus parientes muertos, la cual fue una práctica claramente anticanibalesca. Y  destacar esa eliminación es, sin duda, el profundo sentido del hermoso pasaje bíblico sobre el entierro del cadáver de su fallecida esposa por el famoso patriarca en la cueva de Macpela, que se convirtió, por ese hecho, en uno de los más sagrados centros de veneración de los israelitas de todos los tiempos. (Gén 23; “La Biblia, Ingeniería Genética de Yahvé”).

c.-  COMUNIDAD GENEALÓGICA DE HOMBRES Y BESTIAS:
La afirmación bíblica de que el hombre fue seleccionado para que viera que también es bestia, y sobre la identidad básica de los animales y los hombres por su común origen a partir de la materia inorgánica, es un  señalamiento fundamental de la Biblia que fue destacado, por primera vez, por Leovigildo Bernal. He aquí su texto:
“En mi corazón me he dicho, tocante a los hijos de la humanidad, que Dios va a seleccionarlos para que vean que ellos mismos son bestias. Hombres y bestias tienen un mismo suceso resultante: como muere el uno, así muere la otra; y todos ellos tienen un solo espíritu, de modo que no hay superioridad del hombre sobre la bestia. Todos están yendo a un solo lugar. Todos procedentes del polvo han llegado a ser, y todos están volviendo al polvo” (Ecl. 3:18-20; “La Biblia, Ingeniería Genética de Yahvé”).


(Las tres religiones del Libro confluyen en Mesopotamia: el Papa Benedicto XVI  deja un mensaje en  el muro del templo destruído por los romanos en el siglo I; panorámica de la ciudad judeo-palestina de Jerusalén; y gigantesca manifestación iraní al ayatolah Jomeini. Fotografías tomadas de internet).


MÁS INFORMACIÓN
Sobre las diversas cuestiones de Arqueología antropogónica, que apenas se han esbozado en el presente blog, puede obtenerse más información en los libros que se reseñan en la columna derecha.



leovigildobernal@gmail.com
Bogotá D. C. -Colombia




4 comentarios:

  1. DOCTOR LEOVIGILDO
    PERMITAME FELICITARLO POR ESTAS TEORIAS Y TESIS TAN FUNDAMENTADAS E INTERESANTES ACERCA DE ESTE TEMA QUE LLAMA TANTO LA ATENCION Y ES TAN COMPLEJO DE ENTENDER PERO MUY ATRACTIVO A LA VISTA.....................
    LO FELICITO Y LE AGRADEZCO POR PERMITIRNOS PERSONALMENTE A MI TENER MAS CONOCIMIENTO DE ELLO

    ATT: LUIS LOSADA
    ESTUDIANTE UNIVERSIDAD DEL QUINDIO

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  2. felicitaciones por el blog!!! además tengo el honor de aparecer como el seguidor No. 1. enhora buena y empezaré a hacer comentarios a medida que aparezcan mis inquietudes.

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  3. Oscar, gracias por compartir esto... Tendré sentarme a digerir toda esa información a ver cómo cuadra con la verdad y ver qué tanto de lo mío es basura.
    Sr. Bernal, gracias por su trabajo.

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  4. Doctor Leovigildo usted es mi influencia directa con el libro Chaparral Una Ciudad con Historia ya que por ese libro cree un movimiento cultural y musical en la ciudad de Ibague.
    Gracias por su sabiduría.

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